Esta es la historia de Waleed, un joven marroquí-saharui de 27 años, bisexual y solicitante de asilo por motivos de orientación sexual.

Sus oscuros y hermosos ojos almendrados reflejan una combinación de tristeza, desconfianza, anhelo y rebeldía a partes iguales. En el último momento ha pedido que Said el traductor no estuviese presente, por lo que este, amablemente, se ha ido a la trasera del teatro Arriaga y la entrevista se ha desarrollado con su colaboración a través del teléfono en modo manos libres mientras Waleed y yo permanecíamos en territorio amigo, en el local de Ongi Etorri Errefuxiatuak, en el Casco Viejo de Bilbao. 13 años de silencio no se van por la borda fácilmente, aunque algo se hubieran podido rellenar con fragmentos de conversaciones de sus amores y afectos registradas en su móvil de no haberse perdido este en la patera de camino a Canarias. ¡Con lo útiles que le hubieran resultado para aportar credibilidad a su solicitud de asilo! Coser heridas con el hilo de la invisibilidad es una dolorosa y ardua labor.

Abusos sexuales y persecución por su orientación bisexual

Waleed vivía en un barrio popular de una gran ciudad de Marruecos. Con 14 años es abusado sexualmente por un hermanastro de 30. Trata de hablar con su padre, pero este no le toma en serio. Después de 6 años de abusos y varias escapadas de casa para huir de ellos, su padre fallece. Es entonces cuando sus tíos, al descubrir la situación, le ofrecen ayuda psicológica y su hermanastro sale de la casa.

A los 20 años inicia una relación con una chica pero Waleed refiere que “con la relación anterior algo ha cambiado”. Decide rechazar la ayuda psicológica y vivir y aceptar su bisexualidad. Se independiza y su vida mejora y progresa trabajando en el sector de la construcción. Pronto empiezan los problemas con el vecindario y con su familia por su sexualidad disidente. El propietario de su vivienda de alquiler le hace chantaje económico bajo la amenaza de delatarle. Rápidamente, la policía de balcón se organiza para informar a la policía uniformada, que le sorprende manteniendo relaciones sexuales con un chico en un contexto político de represión y vulneración sistemática de los derechos humanos. El artículo 489 del Código Penal marroquí castiga con penas de entre 6 meses y 3 años de prisión y multas de hasta 1200 dirhams (más de 100€) las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo.

Después de sufrir acoso laboral por su orientación sexual se ve obligado a abandonar su empleo en agosto de 2020 y a huir hacia otra zona de la ciudad, donde vive prácticamente encerrado y al borde del suicidio.

 

Huida hacia Europa

Waleed -el nombre elegido para la entrevista, que significa “recién nacido”- opta, finalmente, por huir y buscar refugio en Europa. Pasa algún tiempo en el Sáhara Occidental hasta que consigue llegar en noviembre, tras un duro viaje de 2 días en patera, a Las Palmas de Gran Canaria. “Me aplicaron el protocolo covid y pasé una cuarentena de 24 días alojado en un hotel. En cuanto pude fui a la Policía a presentar mi solicitud de asilo por orientación bisexual”.

Allí siguió guardando silencio mientras ganaba algún dinero cortando el pelo a sus compañeros hasta que algunos de ellos le ayudaron a comprar un pasaje de avión hacia Bilbao. “Me dijeron que Bilbao era el mejor lugar, aunque no me dijeron porque”.

En marzo llegó a las calles de Bilbao -literal, porque en la calle es donde se alojaba-, sin conocer a nadie, sin ningún contacto. Actualmente, reside en un centro al que accedió a través de la Cruz Roja y aprende castellano a la vez que trata de seguir formándose en albañilería mientras espera conseguir, en septiembre, la tarjeta roja que le permitirá trabajar y seguir esperando la respuesta a su solicitud de asilo.

CEAR Euskadi le asesora en su proceso y él trata de recabar documentación que le sirva para defender su solicitud. “Solo tengo una conversación telefónica grabada con mi hermano donde me dice que si renuncio a mis inclinaciones sexuales y me pongo en terapia están dispuestos a aceptarme de nuevo”.

Le pregunto qué piensa cuando escucha las noticias de las recientes agresiones homófobas en nuestro entorno, alguna mortal como la de Samuel en A Coruña. “Me recuerdan mis problemas en Marruecos. Muchos se suicidan y salen a vivir a la calle. Mucha gente ha muerto en la calle por agresiones. Aquí si alguien te agrede te protegen y puedes ir a la policía. Aquí hay más derechos”.

Y sigue guardando silencio en Bilbao, como antes lo guardó en Marruecos, en el Sáhara Occidental y en Canarias.

 

La única puerta de salida

 

Y sigue esperando. La pandemia ha provocado el cierre de fronteras y ha retrasado aún más la tramitación y resolución de los expedientes de asilo, “aumentando la situación de incertidumbre y vulnerabilidad de muchas personas, condenándolas a sufrir en muchas ocasiones abusos y explotación”, como afirma CEAR.

Y sigue esperando una respuesta que puede ser negativa, aunque la Unión Europea reconozca la orientación sexual como causa de persecución y aunque se conozca que 11 países en el mundo castigan con la pena de muerte por tener relaciones sexuales con personas del mismo sexo y 57 países con prisión.

La práctica europea demuestra que, en muchas instancias, las autoridades nacionales se remiten a estereotipos a la hora de examinar las solicitudes de asilo de personas LGBTI. Por ejemplo, con frecuencia las resoluciones legales se siguen tomando basadas en la idea de que la orientación sexual de una persona solicitante se ha de tomar en serio únicamente si experimenta un deseo irreversible e incontrolable de tener relaciones sexuales con otra persona del mismo sexo. Semejantes estereotipos excluyen a personas bisexuales de la protección internacional, como se recoge en el informe “Huyendo de la homofobia”, patrocinado por el Fondo Europeo para Refugiados y el Ministerio de Justicia de Holanda, entre otros. Estamos hablando de bifobia institucional.

Creo que no me entiende muy bien cuando le pregunto si desear es libre. A lo mejor solo es una frase hecha que usamos aquí desde una posición de privilegio. Y, sin embargo, me atrevo a preguntar de nuevo con qué sueña porque no es posible que las políticas criminalizadoras ahoguen los sueños, aunque tengamos que buscar comida y cobijo cada día, aunque después de pasarnos toda una vida invisibilizando nuestros sueños, tengamos que bi-sibilizarlos y exhibirlos al día siguiente para hacer posible una nueva vida al otro lado de la frontera.

Esta vez responde todo seguido. “Me gustaría vivir una vida mejor, vivir mi vida con normalidad, poder dormir sin preocupaciones ni tener que tomar una pastilla para ello. Vivir sin miedo, vivir en libertad.”

“La única salida que me queda es el asilo”. Y si no, … vuelve a mencionar el suicidio.

Cierro mi libreta de notas. Es entonces, cuando al agradecer a nuestro traductor Said su ayuda y despedirnos de él le escucho decir a Waleed “13 años de silencio” en un castellano nítido y claro.

 

Cristina Garcia de Andoin Martin. Publicada en Pikara Magazine 06.10.2021