El próximo día 10 de diciembre se cumplen 73 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un momento histórico que trataba de enderezar y reescribir con buena letra lo que quedaba del abc de la dignidad humana tras la ola de fascismo y xenofobia que recorrió Europa y los horrores de la segunda guerra mundial.

El 4 de diciembre del 2000 se decidió proclamar el 18 de diciembre como Día Internacional de las Personas Migrantes, como si el viejo siglo se despidiera dejando una señal sobre los desafíos venideros para los derechos humanos en el nuevo siglo.

Los derechos humanos cada vez vienen más torcidos y tienen menos de humanos. Hay un fascismo social que alza una mirada despectiva frente a una mujer con hiyab en la sala de las urgencias de un hospital público, mientras que al segundo siguiente baja su mirada más sumisa ante las imágenes del despilfarro más absoluto que exhibe la pantalla de su teléfono inteligente. ¿Cómo ha llegado a instalarse la creencia de que no es posible que todas las personas tengan derecho a una vida digna junto a la creencia de que hay quienes tienen derecho a acaparar sin fondo todo lo que pillen, aunque con todo lo acumulado les sobre para vivir 10 vidas, al planeta le resulte insostenible, y nos importe una tirita que la mujer del hiyab se muera con toda su familia incluida?

La lucha por los derechos humanos en el siglo XXI se enfrenta a nuevas formas de autoritarismo que conviven cómoda y cotidianamente con sistemas políticos democráticos. Son formas de fascismo social, como las denomina Boaventura de Sousa Santos.

Así como el 1,5ºC se presenta como el indicador de referencia para el calentamiento del planeta y la supervivencia del mismo, las políticas migratorias son el indicador para monitorear el estado de los derechos humanos en el mundo y la supervivencia humana. Y si mapeamos la situación en la que se encuentra la población desplazada actual, la que con 83 millones conformaría el 17º país más poblado del mundo, sin incluir a las personas que buscan refugio por causas climáticas ni a las desplazadas internas que huyen de los conflictos y las convulsiones económicas, se podría afirmar que los derechos humanos no están para cumbres.

Es dramático que haya menores muriendo de frio en la frontera de la Unión Europea con Bielorrusia, es una tragedia que 75 personas migrantes mueran al naufragar su embarcación en el Mediterráneo central, es terrible que en el Bidasoa se haya puesto en marcha nuestro propio contador de muerte. Ante ello, podemos seguir culpando en el escenario europeo a los malos gobiernos como el de Bielorrusia, Turquía, Libia o Marruecos; o seguir criminalizando a los chicos que duermen en la cancha de baloncesto de Atxuri o a los del puerto de Zierbena en el escenario local, pero tendremos que replantearnos como estamos tratando a las personas migrantes, revisar la política de externalización de fronteras, el uso de las migraciones como arma política y preguntarnos si es normal o humano que niños de 14 años estén muriendo de frio porque no disponen del visado correcto, o que jóvenes magrebíes y subsaharianos duerman en nuestras calles soportando el frio y unos desalojos imposibles.

Quienes antes escondían personas judías en sus hogares en la frontera polaca hoy en día esconden personas refugiadas con el temor de acabar entre rejas. Recientemente, personas activistas polacas de derechos humanos llevaron a un refugiado iraquí en su coche y ahora se enfrentan a 8 años de prisión por presunta trata de personas. La criminalización de la solidaridad es parte del guión escrito de los no derechos humanos. Cada sección de frontera tiene su propio conteo de muerte, de devoluciones en caliente que se producen de forma opaca y violenta con grave riesgo para la vida, y de juicios retorcidos contra personas defensoras de derechos humanos.

No dejemos que los derechos humanos acaben en papel mojado en el fondo del Mediterráneo o del Bidasoa. Son precisos nuevos enfoques y fuentes provenientes de otros lugares y espacios para sostenerlos y nutrirlos, además de seguir apuntalando los aprendizajes recurriendo a la memoria de los acontecimientos que dieron lugar a la segunda guerra mundial. La defensa de los derechos humanos debe incorporar la defensa del medio ambiente, de los pueblos indígenas, de los derechos económicos, políticos y sociales, de los derechos por la igualdad y por el reconocimiento de la diferencia, etc.

Son precisos nuevos enfoques también a la hora de hablar de migraciones que nos permitan explorar con sensibilidad, respeto y profundidad la complejidad del tema y construir una narrativa que apuntale los derechos humanos. Evitar estereotipos de victimización y criminalización, dejar de hablar de avalanchas e invasiones que solo sirven para allanar el camino a una peligrosa extrema derecha, dejar de hablar de migrantes como si fueran una categoría inferior de humanos híbridos en un nuevo juego de guerra. La deshumanización es la base para legitimar políticas inhumanas, vulnerar derechos fundamentales y la legalidad vigente. Por el contrario, es necesario intentar entender las situaciones y sus contextos, las causas de los desplazamientos forzados, documentarse sobre lo que ocurre, denunciar las violaciones de los derechos humanos en las fronteras, en los países de origen, de tránsito y de llegada, humanizar dando voz a las propias personas migrantes y proteger a quienes están protegiendo los derechos humanos.

Porque las palabras que se escriben o se dicen con renglones torcidos, torcidas quedan.

 

Autoría: Cristina Garcia de Andoin Martin. Ongi Etorri Errefuxiatuak.

Publicado en El Correo 23.11.2021