Solemos decir que mientras hay vida hay esperanza, pero hay casos en que es la esperanza la que sostiene la vida.

Pienso en los miles de personas a las que el 13 de febrero el Tribunal Europeo de Derechos Humanos –TEDH- cerró la anteúltima puerta de su esperanza al legalizar las devoluciones en caliente; y digo la anteúltima porque la experiencia demuestra que, por mucho que se empeñen, siempre les quedará una más.

Hablo de las personas desplazadas por causa de fuerza mayor que intentan establecerse en Europa y que viven de la esperanza. Personas obligadas a dejar sus tierras obligadas por las guerras y la violencia generalizada; la pobreza extrema consecuencia del modelo económico con minas a cielo abierto y agricultura industrial de monocultivo que destruye el hábitat del pequeño campesinado en todo el planeta a lo que se suman los efectos del cambio climático y los desastres naturales que provoca; la negación de la igualdad por razones de género, orientación sexual, religión, etnia…

A partir de ahora una persona que llegue a Europa de manera irregular podrá ser devuelta al país de donde ha llegado sin ser escuchada. El artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que “…Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.” ¿Cómo garantizar el derecho a salir de un país sin reconocer su derecho a entrar en otro?

El Consejo General de la Abogacía, que representa a todos los colegios profesionales de España, ha manifestado que esta sentencia «choca con el Derecho Internacional de los Derechos Humanos y las garantías procedimentales que le son debidas a cualquier persona con independencia de su estatus migratorio o de la forma en que entra en el territorio».

Es triste comprobar cómo, una vez más, la progresista disposición de acabar con las devoluciones en caliente, de quien era candidato a presidente del gobierno español, se torna en continuismo de las xenófobas prácticas de la derecha política cuando la socialdemocracia llega al poder.

La decisión del TEDH no les va a robar la esperanza a las personas migrantes, seguirán intentando hacer realidad un proyecto de vida en Europa tras haber comprobado que en su país no es posible.

Las personas en tránsito viven de la esperanza, si no fuera así, cuando son expulsadas a Libia o Marruecos sin haber sido escuchadas, se dejarían morir. Muchas mueren efectivamente, no pudiendo soportar los rigores de un segundo o tercer intento. Por eso podemos afirmar que estas muertes son asesinatos, ejecutados ahora, cruel paradoja, por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos que les expulsa sabiendo que solo la muerte impedirá que vuelvan.

Sabemos que esto es así porque su opción de migrar no tiene vuelta atrás. En la mayoría de los casos las personas devueltas llevan años de periplo migratorio, es muy frecuente que empezasen migrando a los suburbios de la capital de su propio país o de alguna de las grandes ciudades africanas. Como dice la senegalesa Madjiguène Cissé en Palabra de sin-papeles “obligado más por la necesidad de alcanzar un resultado que un destino, el viajero se establece en cuanto aparecen algunas perspectivas de éxito social que le puedan permitir aliviar la situación de su familia.” Cuando estas perspectivas no aparecen continúan adelante, porque el lazo que une a las personas de África con sus familias es más fuerte que las injustas leyes migratorias europeas.

En los países enriquecidos los poderosos, y los gobiernos y tribunales que los representan, expulsan a estas personas porque son pobres y pobres que se rebelan contra su situación.

Veo en las personas migrantes un movimiento a favor de la redistribución de la riqueza en el mundo. El poder quiere inculcarnos el miedo y que, considerándoles nuestros enemigos aceptemos la negación de sus derechos y así poder explotarles más si cabe. Pero no deben despertarnos miedo sino admiración, son los protagonistas de un movimiento por la justicia social, los más decididos, quienes se han rebelado, quienes no aceptan el papel de víctimas desahuciadas que el sistema les ha adjudicado. Personas que en muchos casos al salir de sus casas solo conocían el trabajo del campo y que, para poder seguir adelante en su camino han trabajado de peluqueras, vigilantes, chóferes, empleadas de hogar, albañil, carpintero, cuidadora de niños y mayores, cocinera, vendedor ambulante…

Veo en estas personas a la avanzadilla de un movimiento de liberación que salta las fronteras de los países empobrecidos por este sistema económico que genera tanta desigualdad y sufrimiento, un movimiento que ha decidido gritar ¡Ya basta! y se traslada a los países enriquecidos a reclamar la parte de la riqueza que por su derecho como seres humanos les corresponde.

Germán García Marroquín, perteneciente a Ongi Etorri Errefuxiatuak.