Cristina García de Andoin, activista de Ongi etorri Errefuxiatuak
Todavía quedan clases. Es la frase hecha que suena en contextos grupales cuando alguien del grupo o una parte del mismo pretende exhibir ante el resto algún privilegio o por el contrario reprochar. Como un ritual social se desarrolla en un tono de cordialidad y complicidad en grupos de pertenencia. Y es que el contexto actual resulta algo confuso cuando se trata de saber con quién viajas y en qué clase.
Dos hechos quedan más claros. Primero, que en verano se viaja más; el buen tiempo invita a ello, vayas de turista en butaca preferente en ferry, o vayas de migrante en patera. Segundo, que estos viajes pueden resultar útiles, si te pones a ello, para esclarecer el asunto de las clases y las fronteras. Hay diferentes formas y también motivos para viajar, pero uno muy habitual es el de situarse en otro lado mejor y tomar distancia de lo que se considera un lugar, tiempo o circunstancia peor. Por ello, en estos viajes y en la vida, optamos por elegir como compañía a quienes consideramos que están en nuestra misma circunstancia y de ahí para arriba, hacemos comentarios condescendientes o altivos cuando en el decorado aparecen situaciones incongruentes que tendemos a relacionar con la distancia material o cultural que nos separa y adoptamos actitudes de gratitud autocomplaciente por haber nacido en la cuna y el lugar apropiado, si ese es el caso.
Junto a ello, preferimos hacer el análisis de lo que ocurre en las fronteras como una crisis de refugiados, como algo que se ciñe al espacio mismo de las fronteras y a una nefasta gestión interna de gobiernos ignorantes, violentos y corruptos, aproximándonos a la solución como un asunto de emergencia y ayuda humanitaria, en el mejor de los casos. Porque en el peor, que cada vez se perfila con un trazo más agresivo, está emergiendo una batalla por las ideas y por quién tiene derecho a tener derechos, una guerra de fronteras, una guerra entre más y más pobres, también de fronteras para dentro, para simplemente eliminar a quienes el orden social considera que le sobran.
Tendemos a identificarnos con la causa y la descripción de la realidad que formula quien consideramos tiene más y presuponemos que está más dispuesto a repartirlo y a hacernos un hueco en su círculo, que atenernos a los hechos y a los datos. Sin embargo, contribuiríamos mejor a nuestra supervivencia y a la de la mayoría si observáramos la realidad desde una patera.
Si volvemos a la frase hecha del principio, el matiz todavía no significa que queden unos flecos que ordenar, o la añoranza de la sociedad de clases original, mucho más simple. Tiene que ver más con lo que queda por hacer, y es mucho en un contexto donde, por hablar de lo que pasa de fronteras para dentro sin ir más lejos, el acceso a un empleo digno se está convirtiendo en un privilegio, ganamos menos, pagamos más, para saldar la deuda de los bancos entre otros, se recortan las prestaciones y los servicios públicos, los derechos… Y esto está sucediendo a una mayoría amplia de la ciudadanía.
Estamos convirtiendo esta especie de nacionalidad europea en la nueva raza aria, para defender unas fronteras, una titularidad de derechos frente a lo otro, lo no europeo, que solo sirve para vulnerar y dinamitar el fundamento mismo de los derechos humanos, que no de una Europa que si bien tenemos idealizada, no olvidemos se construyó sobre imperios coloniales y valores racistas y patriarcales. Eran los varones, propietarios y blancos quienes tenían derechos y fue la lucha de las otras y los otros quienes expandieron la titularidad y el catálogo de derechos como nos recuerda la experta en Relaciones Internacionales y Derechos Humanos Itziar Ruiz-Giménez.
Por otra parte, es una falacia ya que son las élites financiero-económicas globales quienes tenemos enfrente y se caracterizan por moverse ágilmente en los espacios de privilegio, sin fronteras que valgan.
Según Esteban Hernández, el mundo occidental se está partiendo y hay una línea que separa a quienes ganan de quienes ven sus opciones vitales deterioradas, que seguro abundan en nuestros grupos de pertenencia diversos; hay sectores sociales y pueblos que pierden más que otros, pero la realidad es que las filas de personas perjudicadas, de quienes están sirviendo para proporcionar beneficios a los vencedores de la financiarización, son mucho más amplias. Existe un nuevo reparto de posiciones, producto de un mundo financiarizado y globalizado, en el que pensar desde lo material y desde el lugar que se ocupa en la estructura ya no es cuestión de blanco y negro. Obviar este hecho pues, siguiendo a Hernádez, es hacer el juego a quienes extraen los beneficios.
El cartel de las fiestas con Marijaia cabalgando sobre una ballena en un fondo marino nos recuerda que son demasiadas muertes en el Mediterráneo y es preciso tocar fondo y emerger para buscar oxígeno. Aunque como en el Titanic todavía quedan clases, conviene recordar que la mayoría estamos en la misma patera. Confiemos en que contemplar colectivamente el espectáculo final de Aste Nagusia con Marijaia ardiendo en su patera por la ría en dirección al mar nos sirva para retornar al cauce de las aguas cotidianas con las cosas de las clases y las compañías más claras. Como recita Silvio Rodríguez en su canción: «No tocar duro nuestras verdades levanta muros y pudre capitales».
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