Juan Hernández Zubizarreta – Activista de Ongi etorri Errefuxiatuak
Entre el 29 de junio y el 1 de julio se organizó en Barcelona la Audiencia del Tribunal Permanente de los Pueblos, donde Juan Hernández Zubizarreta participó como acusación. Profesor de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) e investigador de OMAL, participa además en Ongi Etorri Errefuxiatuak, en las diferentes caravanas y en el proyecto de Artea. Aprovechando su dilatada experiencia en solidaridad internacional y su participación en el Tribunal Permanente de los Pueblos nos hemos reunido con él para hablar en profundidad sobre la solidaridad con las personas refugiadas y migrantes y los ejes de trabajo de las diferentes plataformas que han surgido en los últimos años.
¿Cuáles son los ejes centrales sobre los que se articula el trabajo solidario de las plataformas que actúan a favor de las personas refugiadas y migrantes?
Las ideas fuerza sobre las que se ha construido el quehacer de las diversas plataformas de solidaridad reside en la combinación de dos cuestiones fundamentales. Por un lado, la acción humanitaria, entendida como sentir compasión por otras personas -sean de donde sean-, y por el otro, la acción política, es decir, la denuncia de las causas que provocan los desplazamientos forzados y de sus responsables. Esta combinación implica equilibrar la acción inmediata frente al sufrimiento ajeno (una ética-pragmática), con la praxis política y el quehacer de los movimientos sociales.
¿Y en la práctica cotidiana es posible compaginar ambas perspectivas?
La gravedad de las prácticas de los gobiernos y de las instituciones comunitarias, implica una profunda quiebra conceptual de los derechos humanos para todas las personas y nos tiene que mantener en el doble perfil. No obstante, no resulta nada extraño que las tensiones entre una y otra forma de actuar puedan aparecer en el camino de las plataformas que son plurales y diversas. Resulta conveniente permanecer alerta al respecto e hilar muy fino a la hora de tomar decisiones. En esta dirección hay que precisar mucho más qué quiere decir acción humanitaria y confrontación/denuncia.
Hay una primera afirmación, la acción humanitaria nace para desaparecer y la solidaridad nace para quedarse. La acción humanitaria se conecta con la urgencia y la ausencia de políticas públicas que cumplan con su cometido: garantizar la acogida digna para todas las personas. El problema surge cuando la situación se cronifica y las Administraciones no sufren ningún desgaste al respecto ¿y si el Estado no actúa en los casos de necesidad? ¿cómo evitar que personas voluntarias hagan el trabajo del Estado? ¿cómo eludir la privatización “de facto” de las políticas públicas?
Este es un primer desafío y pasa por plantear algunas ideas fuerza que deben acompañar la intervención directa: la ayuda, la acción política y la denuncia de los responsables no pueden disociarse; los sujetos receptores tienen que ser sujetos activos de la acción humanitaria; la autogestión y la autofinanciación son imprescindibles y la mirada mediática y de proximidad con la comunidad/sociedad tiene que estar continuamente presente para ir conquistando la complicidad de la mayoría de las personas. Por otra parte, hay que intentar que la ayuda se concrete en una fase temporal muy precisa. Es decir, hay que buscar que el Estado asuma sus obligaciones en forma de políticas públicas o, en su caso, la acción humanitaria tiene que caminar hacia un proyecto comunitario más “estable” y abandonar, en cuanto se pueda, la lógica de la inmediatez. En los casos de las personas en tránsito, las necesidades básicas deben quedar cubiertas por la Administración.
Al hilo de esta cuestión, permítenos que hablemos de un caso concreto. En los últimos días de junio y primeros de julio, llegaron a Bilbao decenas y decenas de migrantes después de una larga y peligrosa travesía. ¿Qué valoración haces al respecto?
Una primera aproximación a lo ocurrido, nos permite descubrir una triple fotografía. En primer lugar, la reacción por parte de la sociedad ha sido excelente. Se ha decidido hacer lo que las instituciones no hacen: cumplir las normas de Derecho Internacional de los Derechos Humanos y poner al descubierto los incumplimientos de las autoridades; y, a su vez, se ha presionado para que las necesidades básicas de las personas en tránsito sean cubiertas por la Administración. La segunda reflexión conecta con la falta de sensibilidad, coordinación y recursos, con la incompetencia, la improvisación y burocracia del conjunto de las Administraciones de nuestro país. Y por último, la tensión entre los movimientos sociales y alguna ONG con convenio con la Administración ha sido palpable y evidente. Pero la idea fuerza que quiero subrayar es cómo la denuncia de los responsables políticos de tanta incompetencia y la atención a nuestros iguales ha funcionado, más allá de los problemas organizativos que la inmediatez suele provocar.
¿Cuáles crees que son las claves de la intervención humanitaria en los campos de personas refugiadas?
Las organizaciones que se dedican a atender a las personas en los campos de personas refugiadas, no pueden olvidar que la neutralidad o el mantenimiento de cierta “discreción” en sus prácticas pueden convertirse en una manera de privatizar la ayuda y perpetuar la injusticia. La neutralidad es muy compleja en situaciones extremas, pero, ¿no hay límites en el accionar humanitario? ¿qué ocurre cuando la duración del sufrimiento y la configuración internacional permiten a los Estados actuar con una violencia extrema que se perpetúa en el tiempo? Por ejemplo: curar a presos y presas torturados por las autoridades estatales sin denunciar abiertamente las torturas, ¿hasta cuándo se puede mantener? Pensamos que se deben denunciar las torturas, aún a riesgo de que suspendan la asistencia médica (estos debates se están llevando a cabo en Libia y en otros lugares como Gaza). En los campos de personas refugiadas y migrantes la denuncia y la acción política deben formar parte esencial de la manera de proceder de las organizaciones solidarias presentes en el terreno. El silencio ante lo que ocurre se puede convertir en una forma de complicidad, así, la violencia sexual contra las mujeres ejercida por todos los actores implicados, de sobra conocida y silenciada sistemáticamente es un caso paradigmático.
Vayamos a otro tema, la relación entre financiación privada y ayuda humanitaria, ¿cómo la valoras?
Hay que escapar de toda financiación de empresas multinacionales para desarrollar acciones humanitarias. ¿Tendría sentido y se podría aceptar dinero de Iberdrola para comprar tiendas de campaña para las personas que duermen en el puerto de Bilbao? Obviamente no. La no vinculación económica, ni simbólica, ni la participación en proyectos o premios de corporaciones y empresas transnacionales, debe ser un principio inalterable. Éstas participan de la arquitectura de la impunidad y financian actividades humanitarias para lavarse la cara por las vulneraciones de derechos humanos, sociales o medioambientales que forman parte de su ADN.
Y en esta línea, ¿qué te parecen las propuestas humanitarias de las empresas transnacionales?
Que Ikea diseñe casas para los campos de personas refugiadas, ¿es una buena idea? Esta empresa vulnera derechos humanos de manera sistemática en Europa y fuera de Europa. Este es un claro ejemplo de la alianza público/privada en la que se mueve la ONU y sus agencias. La falta de financiación y compromiso de los Estados con las instituciones multilaterales de derechos humanos permite la colonización de las mismas por las empresas multinacionales. La dignidad en los campos de personas refugiadas no puede depender de iniciativas privadas como la de Ikea, que generan, en muchos casos, la justificación de la impunidad con la que actúan y la subordinación de la ONU y sus agencias a los modelos corporativos.
¿Y qué opinas del marketing humanitario?
Nuestra manera de entender la acción humanitaria está muy alejada de las prácticas del marketing humanitario. Así, los maratones para recaudar dinero; los apadrinamientos de niños y niñas; la captación masiva de socios y socias; la financiación de empresas a las ONG; la colaboración con determinados programas de televisión; las cenas o comidas de la élite para obtener dinero para las personas migrantes, pobres etc. Por cierto, dinero que se suele ingresar en las cuentas de las entidades financieras que sustentan el modelo político y económico que denunciamos. Estas prácticas conllevan, además, grandes dosis de paternalismo y victimización de las personas refugiadas y migrantes en las que no podemos participar en ningún caso.
No obstante, la buena voluntad que mueve a la gente que siente esa compasión de la que hablábamos más arriba, se expresa muchas veces en apoyar acciones que habéis denominado marketing humanitario. El desafío del movimiento de solidaridad es desvelar la cosmética que lo recubre y orientar las acciones hacia la politización de las mismas. En definitiva, sustituir la “tranquilidad de las conciencias” por la “toma de conciencia” y desbrozar caminos para que quien se acerca a la solidaridad por compasión transite hacia la solidaridad por justicia.
Volviendo a un caso concreto, ¿cómo valoras la manera en que se resolvió el tema de Aquarius?
La solidaridad tiene que aprovechar las contradicciones que puedan surgir entre algunos gobiernos europeos y las políticas comunitarias. Los 629 migrantes a bordo de la nave Aquarius, sin permiso para tomar tierra por el bloqueo del Gobierno de la extrema derecha italiana, fue un claro ejemplo de la incoherencia de las políticas migratorias de la UE respecto al Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Incoherencias que llevaron al Gobierno español de Pedro Sánchez a acoger 629 migrantes por razones humanitarias. En este caso, las organizaciones sociales saludamos la decisión y, a continuación, exigimos al Gobierno socialista y a los representantes institucionales de la UE que respeten las normas internacionales sobre refugio y den un giro de 360 grados al modelo migratorio comunitario. Cosa que no ha ocurrido, teniendo en cuenta las decisiones adoptadas en fechas posteriores. Ahondar en sus contradicciones es nuestra labor, así como exigirles que la defensa de los derechos humanos frente al fascismo y la extrema derecha no sea fruto de gestos humanitarios, sino de estrategias que coloquen a la justicia y la igualdad en el centro de la gestión migratoria. Y eso implica, en el Estado español, atender las propuestas concretas que las diferentes organizaciones han planteado a lo largo de estos últimos años. Hablamos, entre otras muchas cuestiones, de derogar la ley de Extranjería, cerrar los CIE y sustituir la política de seguridad por la defensa de los derechos humanos en la frontera Sur.
¿Nos gustaría conocer si crees que el trabajo con las personas refugiadas y migrantes está reconfigurando una nueva mirada desde la solidaridad?
Una primera afirmación: la acogida institucional debe garantizar los derechos de las personas migrantes al margen de su situación administrativa y en el marco de las políticas públicas del Estado. Hay que transitar de la mercantilización de la protección social y de la caridad a la justicia. La titularidad de los derechos fundamentales no puede depender de la regularidad o irregularidad administrativa de las personas. Partiendo de esta primera afirmación, ¿cómo establecemos la relación entre la ayuda humanitaria, los proyectos autogestionados y las políticas públicas?
Quizá para empezar tengamos que reflexionar sobre los conceptos y empezar a utilizar otros como “acción humanitaria solidaria”, o bien, “ayuda solidaria”. Nos referimos a acoger, atender y acompañar a las personas refugiadas e inmigrantes, a construir proyectos que sean en su esencia solidarios. Eso significa creer en las personas y sus historias, atender a sus urgencias y necesidades, respetar sus procesos y decisiones, etc. Eso sí, sin dejar nunca de denunciar las causas que les han llevado a su situación. Es una manera, además de acompañar, cuando sea necesario, su tránsito de víctimas a activistas y esto sólo es posible desde lógicas que se “saltan” los trámites burocráticos. Hay que impulsar proyectos que busquen convertir la “ayuda” en “política”, desde la construcción de nuevos imaginarios. Por tanto, la ayuda humanitaria solidaria implica sensibilización, confrontación, movilización, pero construyendo comunidad aquí y ahora sin esperar a mejores tiempos. Como señala Yayo Herrero, se trataría de aprovechar el trabajo de los movimientos sociales pueblo a pueblo, barrio a barrio, que cada día pone la base empírica capaz de transformar diferentes experiencias en políticas públicas.
Detengámonos en este tema. Deducimos de tu respuesta que diferencias entre intervenciones directas e inmediatas y proyectos más sostenidos en el tiempo. ¿Es así?
Las redes solidarias de acogida a personas migrantes y refugiadas tienen en su ADN la inmediatez, la urgencia y la no aceptación de las normas que regulan su situación administrativa. Transportar, alojar, ayudar a personas “irregulares” en su tránsito hacia otros países se acerca mucho más a prácticas de solidaridad comprometida con la desobediencia civil que a la ayuda humanitaria. Lo que explica, en parte, la creciente criminalización de estas prácticas a lo largo de Europa. Por otro lado, incluso con instituciones favorables, el cambio de leyes no parece viable a corto plazo, por eso, en esta situación de urgencia, construir redes de solidaridad, trabajar junto a las personas migrantes y refugiadas -regulares o irregulares- en su vida cotidiana, crear albergues autónomos y fomentar prácticas de desobediencia, es lo que puede permitirnos transformar la ayuda humanitaria en prácticas de solidaridad, construidas desde abajo y por los de abajo.
¿Y los planes diseñados y ejecutados a más largo plazo?
Los proyectos planteados a más largo plazo y al margen de la Administración se vinculan con una idea de construir la sociedad en la que creemos sin esperar a mejores coyunturas. Se mueven en la órbita de crear comunidad, de manera horizontal, con nuestros iguales, dentro o fuera de la legalidad y desde la autoorganización, autofinanciación y el compromiso colectivo. Se construye tejido comunitario que se articula sobre los bienes comunes y no se pretende que el Estado se haga cargo de los mismos, al contrario, se pretende que las políticas públicas se impregnen de su filosofía. Se transita de lo estatal a lo público y a lo colectivo, siendo las personas las protagonistas de los proyectos, sean de donde sean y al margen de su situación administrativa. Hay que provocar que el Estado se mueva, pero a éste no le condicionamos únicamente desde la confrontación, sino también desde las nuevas prácticas que las organizaciones sociales están experimentando. Es verdad que podemos incurrir en fallos, pero eso es parte del error/ensayo. Ensayo que a lo largo del tiempo puede pasar a formar parte de las políticas de gobiernos favorables a los intereses populares. Porque, ¿hasta qué punto las activistas organizadas no tenemos que hacer labores de contrapoder, al margen de la burocracia inherente a cualquier Estado, aunque éste sea de signo favorable? Y además, ¿hasta qué punto no se utiliza, en muchas ocasiones, la burocracia para boicotear la democracia?
¿No resulta muy complicado llevar adelante todas estas propuestas con la legalidad existente?
En este contexto, la desobediencia civil pasa a ser una acción o sucesión de acciones en busca de “espacios liberados” y se convierte en una forma de no-colaborar con la barbarie, transitando de lo legal a lo ilegal con naturalidad. Cuando te comprometes de forma solidaria con personas sin derechos estás infringiendo continuamente la ley. Eso ocurre si ofreces tu coche para pasar una frontera, si ofreces tu casa para empadronar, si una médica da cobertura sanitaria a personas que no tienen tarjeta sanitaria, etc. Pero la desobediencia es una estrategia más, por eso se deben combinar las prácticas más alternativas con las más convencionales. Así se gana diversidad en el movimiento. En definitiva, la acción política y la denuncia de los responsables de la vulneración de derechos de las personas refugiadas y migrantes pasa por la combinación de organización, sensibilización, confrontación y movilización. Además, las formas de desobediencia civil son imprescindibles ante la impunidad creciente y la violencia estructural y cotidiana del modelo dominante. La sociedad civil organizada puede llegar donde otros no pueden.
¿Y todo esto cómo crees que se puede materializar? Las dificultades organizativas suelen tirar por tierra muchos de los proyectos alternativos…
En las plataformas cabe cualquier persona u organización que participe de las ideas fuerza que se han ido construyendo colectivamente. Y para ello, nos podemos comparar con un gran árbol de cuyo tronco central participan todos sus integrantes. Pero, sin olvidar que existen otros árboles con quienes coordinarnos, o no, pero que son otros árboles (la Administración, partidos políticos, diferentes ONG…). En las plataformas el árbol tiene numerosas ramas que se complementan, pero actúan con relaciones de ida y vuelta y sin cheques en blanco.
Ninguna organización ni persona tiene una jerarquía sobre las otras. Es importante no confundir “lo técnico” y “lo político” y no caer en la “expertocracia” como si el “qué hacer” fuera algo neutro o científico, y lo técnico se debe subordinar al pensamiento colectivo, además, es necesario recordar que la sabiduría se construye y comparte horizontalmente. Así, unas organizaciones tendrán más experiencia en unos temas y otras en otros, pero no hay especialistas infalibles, construimos teoría y práctica de manera conjunta. La experiencia es una buena herramienta, pero también provoca miedos, dependencias, inercias y burocracias que la frescura de la inexperiencia puede neutralizar. Eso sí, el ser nuevos y nuevas en algunos temas nos debe mantener muy abiertos al aprendizaje. No obstante, la alianza entre organizaciones sociales y activistas antifascistas, feministas, ecologistas, anticapitalistas… es un pilar central de las plataformas de solidaridad.
¿Cómo se establecen las relaciones con las organizaciones de personas migrantes?
Las personas migrantes y refugiadas, sus organizaciones y, sobre todo, sus acciones, deben formar parte de una de las ramas del árbol mencionado. Y ahí, la creatividad en el diseño de acciones conjuntas es esencial para transitar de las manifestaciones a los encierros, de los actos culturales a las ocupaciones o de los empadronamientos individuales a la desobediencia colectiva.
Y las diferentes sensibilidades que existen dentro de plataformas tan plurales, ¿cómo se articulan?
Es necesario que haya activistas de las plataformas en diferentes espacios para que el colectivo se enriquezca y también contar en las plataformas con personas que trabajan en otros movimientos sociales, ya que son muchos los frentes que tenemos abiertos. Por eso, la relación y complementariedad en los relatos, los discursos y la acción política son imprescindibles. Tenemos constancia de que si te acercas con naturalidad a las personas refugiadas o migrantes, y los vecinos y vecinas de un pueblo ven “in situ” esa situación, las personas, por compasión o por solidaridad, se aproximan a ellas con tranquilidad y se prepara el camino para la denuncia o para poner en cuestión muchas prácticas de la vida cotidiana. Porque un problema fundamental es cómo derruir las barreras que nos separan de las personas que están fuera de nuestros círculos y evitar convertirnos en simples “élites alternativas”. Si con el trabajo diario se consigue que personas de fuera de nuestros círculos habituales entiendan que, por ejemplo, es necesario “ocupar” porque no existe otra alternativa, estamos ganando colchón social para los espacios desobedientes.
¿Y no hay tensiones?
La tensión entre las plataformas y ONG que por convenio tienen que llevar a cabo parte del trabajo institucional, es inevitable. La complementariedad es el ideal, pero en muchas ocasiones la contradicción es insuperable. Volviendo a la metáfora del árbol, no toda organización que trabaje en la defensa de las personas refugiadas y migrantes tiene que ser una rama de nuestro árbol. Vale con que sea otro árbol diferente con quien coordinarnos.
Y en el plano más interno creo que pulsar el sufrimiento cotidiano, es decir, trabajar en el terreno, no otorga todos los argumentos para valorar en exclusiva los términos de la intervención y, a su vez, los conocimientos técnicos o la posición en puestos de responsabilidad tampoco implican un “plus” de certeza en los análisis y valoraciones. Por otra parte, creo que la idea de “denunciar” las causas de los desplazamientos forzados y a sus responsables es una idea asumida colectivamente. Todo esto en ocasiones genera tensiones, que únicamente desde la generosidad militante se pueden superar.
Por último, la manera de ir consiguiendo mayor incidencia en la sociedad, ¿bajo qué premisas consideras que se debe llevar a cabo?
_Intentar llegar a más gente con nuestro discurso no quiere decir hacerlo de cualquier manera y en cualquier lugar. Los macro eventos, los grandes acontecimientos económico-culturales…, tienen una lógica -en sus objetivos, formas de hacer, valores que transmiten, intereses en juego, entidades participantes…- muy vinculada a los agentes políticos y económicos que provocan las causas de los desplazamientos forzados. De entrada, no es nuestro terreno de juego, aunque eso no quiere decir que no nos acerquemos a los mismos para incidir en las personas participantes, pero al margen de las entidades organizadoras. Construir un gran movimiento no tiene nada que ver con rebajar el discurso, con hacerlo más amable a los agentes sociales, económicos y políticos o con buscar grandes acontecimientos mediáticos repletos de personas, tiene que ver con tener un discurso coherente y capacidad de movilizar conciencias. Por ejemplo, la respuesta a la convocatoria de huelga del 8 de marzo de este año, ha desbordado al propio movimiento feminista, demostrando una ingente capacidad de movilización de las mujeres con un discurso repleto de radicalidad.
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