En nombre de las madres de personas migrantes desaparecidas en México, yo os maldigo.
Autoridades todas, poderes del crimen organizado y poderes del crimen autorizado, yo os maldigo. A ustedes, que desnudan a sus hijas e hijos, les golpean, les roban el poquísimo dinero que cargan, secuestradores, extorsionadores, traficantes de personas, proxenetas, acusadores en falso, encarceladores sin juicio justo, que hacen desaparecer los muertos en ácido, que tiran a la basura los huesos encontrados en las tumbas, traficantes de órganos, políticos que nunca encuentran el momento para hablar de las decenas de miles de personas migrantes desaparecidas, que construyen así el muro de la insensibilidad, el mayor muro que impide luchar contra el padecimiento que sufren los y las migrantes y sus familiares.
Como dijo el obispo de El Saltillo, Raúl Vera, en sus palabras a la Caravana: «la actitud hacia los migrantes es un termómetro de lo que se puede realizar en el conjunto del país. Todos estos crímenes son para que no nos movamos y se nos pueda robar toda la riqueza nacional».
Pedro Garfias, poeta español exiliado a México en la derrota de la revolución española, migrante, escribió estas hermosas palabras que podemos dedicar a las personas migrantes desaparecidas hoy en México y a sus madres: «Ahora voy a llorar por los que han muerto [o desaparecido] sin saber por qué/ cuyos porqués resuenan todavía/ en la tirante bóveda impasible/ Y también por vosotras, lívidas, turbias, desinfladas/madres,/ vientre de larga voz que araña los caminos».
Hemos sido testigos de esa larga voz, larga como los 5.000 kilómetros que hemos acompañado a estas madres en la XV Caravana que organiza el Movimiento Migrante Mesoamericano.
Una voz que nos habla así: «Este es un dolor que embarga nuestros corazones, ya que nosotras no podemos ya vivir tranquilas sabiendo que no sabemos dónde están nuestros hijos. Una madre puede tener cuatro, cinco, seis hijos, pero un hijo que le falte, le sangra su corazón».
Hemos llegado de Europa y hemos compartido quince días de nuestra vida con estas familias de personas migrantes desaparecidas. Estas personas nos han mostrado la otra cara del mundo de lo que ustedes son. Ustedes son la escoria, lo peor de esta sociedad ya de por sí enferma.
Estas personas, que muestran su dolor abiertamente en plazas y foros, muestran la cara humana de la vida por la que merece la pena seguir luchando. Son capaces de encontrar motivos para agradecer los pequeños gestos a esas personas que cuando van pasando les dan un tiempo de comida, les han brindado un vaso de agua, les dan ropa, calzado, quizás un suéter.
Estas personas de las que ahora sabemos de su sufrimiento, de su bondad demostrada en cómo nos han aceptado entre ellas sin tomarnos en cuenta el abismo de privilegios, sostenidos a su costa, que nos separa. No nos culpan, nos permiten ser sus amigos, sentarnos a su mesa como iguales. Son una burbuja de bondad, porque es frágil y efímera, en este mundo de egoísmo y de odio que les ha golpeado con toda la fuerza a través de sus hijos e hijas. A quien les hizo daño, y a quien no cambie la situación que hace posible este daño, va dirigida esta maldición.
– Qué pedimos? – Justicia
– ¿Cuándo? -¡Ahora!
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