Cristina García de Andoín Martín
Publicado en Hórdago 04/06/2020
Mientras oteamos en el horizonte lo que ocurre al otro lado del charco, en EEUU, con la población afroamericana y centroamericana, y lo que ocurre en el mar Mediterráneo, la masacre cotidiana de las personas migrantes de origen africano, se nos olvida mirar lo que ocurre en nuestra puerta trasera europea, en la ruta balcánica. Y es que es más difícil admitir las responsabilidades directas de la Unión Europea (UE) en la vulneración de derechos humanos.
“¡Ama, tienes que escribir un artículo sobre lo que ocurre en EEUU, que es lo mismo que sucede en nuestras fronteras con las personas refugiadas y migrantes!”, me apremia mi hija pequeña desde Berlín ayer noche, sin más preámbulos, en un whatsapp. “Ama, no me convence lo que dice alguna gente en redes sociales sobre la raza negra. La vida de la gente negra siempre ha importado”, afirma, en su estilo rotundo, mi hija mayor en otro whatsapp, que me sorprende en un descanso del trabajo. Le he devuelto un audio apresurado con el eco del baño de fondo y, esta misma tarde, las he encontrado en Instagram, a cada una por su lado, ocupadas con el tema.
Mi hija la de Berlín ha publicado dos fotos muy semejantes de criaturas hacinadas en literas: una, ubicada en el barracón de un campo de concentración nazi; y otra, en el centro de menores migrantes La Purísima, en Melilla. Por su parte, la mayor, con una piel preciosa que tira más a negra que a blanca y algunas experiencias racistas tatuadas sobre ella, se atreve a contar en Instagram, por primera vez, una de esas experiencias que enfrentó de niña y que recuerda en positivo, gracias a que quien hoy sigue siendo su amiga salió en su defensa.
En fin, los whatsapps y las redes sociales de mis hijas están que arden. Son un indicador de que, aunque el racismo nos atraviesa y forma parte de nuestras miserias cotidianas, la muerte de George Floyd en Minnesota a manos de la policía estadounidense ha sido la gota que ha colmado el vaso más allá de las fronteras: Enough is enough! ¡Ya basta! Nahikoa da!
Hace unos días, una compañera que ha regresado recientemente de Serbia nos alertaba sobre la grave situación de las personas migrantes en la ruta balcánica y la militarización de los campos de refugiados en la puerta trasera de Europa. “Estas instalaciones se han vuelto cárceles donde las condiciones no dan para la supervivencia. Tenemos manifestaciones diarias de neonazis enfrente”. Y nos informaba también de que los gobiernos han dado un giro autoritario y, al igual que sucede con la población gitana, las personas en tránsito se ven sometidas a la exclusión más absoluta. “Todo su esfuerzo se centra en no morir y, aún así, siempre nos sorprendemos de la fuerza, el humor y la valentía que tienen”, nos decía. Durante todo el invierno han visto como la policía, mediante un hostigamiento continuado, diario y semiclandestino, ha trasladado grupos de personas refugiadas en contra de su voluntad a lugares inhóspitos, separando familias. “El coronavirus lo puso todo a favor de desplegar el ejército, aunque no está afectando tanto a la población euroblanca. En los Balcanes se respira fascismo y miedo. Incluso hay periodistas y activistas bajo amenaza. Y Grecia sigue el mismo patrón”.
La base de datos de la Red Border Violence Monitoring Network describe los tipos de violencia ejercida hacia las personas migrantes en la ruta balcánica en 2019: golpes, patadas, descargas eléctricas, inmersión en agua, disparos, abuso sexual, ataques con perros, gases lacrimógenos, obligación de desvestirse, denegación de acceso a lavabos y comida, etc. El robo y la destrucción de sus pertenencias, como zapatos, móviles, dinero y documentación, es otro tipo de violencia a la que se exponen en su intento de cruzar los Balcanes para llegar a Europa occidental.
El pasado dos de marzo se publicaba la noticia de la muerte de un refugiado sirio y cinco personas heridas por disparos de las fuerzas de seguridad griegas, cuando trataban de cruzar la frontera entre Turquía y Grecia. En mayo, se ha denunciado el ataque de la policía croata contra un grupo de 30 migrantes a los que golpearon, pintaron cruces rojas en la cabeza y robaron, mientras entre risas los agentes les decían que era un tratamiento contra el coronavirus. Mientras oteamos en el horizonte lo que ocurre al otro lado del charco, en EEUU, con la población afroamericana y centroamericana, y lo que ocurre en el mar Mediterráneo, con Libia como telón de fondo de la masacre cotidiana de las personas migrantes de origen africano, se nos olvida mirar lo que ocurre en nuestra puerta trasera europea, en la ruta balcánica. Y es que es más difícil admitir las responsabilidades directas de la Unión Europea (UE) en la vulneración de derechos humanos.
Las puertas traseras, como sucede en informática, son un código que puede servir para burlar los sistemas de seguridad y pueden haber sido diseñadas con la intención de tener una entrada secreta. Y es que a las élites de la UE, como a las de EEUU, no es que no les interese que lleguen personas migrantes -al fin y al cabo, en el siglo XVIII las iban a secuestrar a África directamente-, sino que les interesa además que paguen con su vida el viaje y lleguen despojadas de derechos, para disponer así de un contingente de mano de obra esclava en el sector agrario, en el trabajo de cuidados, en la prostitución, etc. Así, mientras sus beneficios crecen con el expolio del Sur global y la explotación laboral en el Norte, se frotan desde arriba las manos señalando como culpables a las personas migrantes por arrebatarnos el empleo y los beneficios sociales, al tiempo que les deniegan el derecho de asilo y la regularización de su situación administrativa para poder optar a su condición de ciudadanía.
Desde nuestra lejanía contemplamos las prácticas violentas de países como Croacia o Serbia como si fuesen propias de países que, al fin y al cabo, surgen de la antigua Yugoslavia, de un pasado reciente violento y de gobiernos neofascistas. Pero no actúan por libre. La UE subcontrata el control de las fronteras a las policías balcánicas, al igual que a la marroquí, y coloca a su cabeza a Frontex, la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, que con más de 420 millones de euros en 2020 ha incrementado casi un 35% su presupuesto anual. Como dice un activista de No Name Kitchen, organización que apoya a las personas en movimiento en la ruta balcánica, cuanto más inclinado hacia la derecha sea un gobierno de los Balcanes, más posibilidades tendrá de entrar a formar parte de la UE.
La violencia racista y xenófoba sobrepasa ya todos los límites. Como pasa con el cambio climático, si no lo paramos a tiempo, y esto supone confrontar a las mismas élites responsables, va a destruir cualquier forma de vida vivible en el planeta. Este fin de semana, en Bilbao, Gasteiz, Iruñea y diversas ciudades del Estado español, los colectivos de personas racializadas liderarán acciones de protesta por la muerte de George Floyd en Minnesota, convocatorias que son secundadas por los colectivos de defensa de los derechos de las personas migrantes y refugiadas, quienes defienden los mismos derechos para todas las personas.
Cada vez más personas y colectivos optan por movilizarse contra la extrema derecha y el neoliberalismo en el mundo: las multitudinarias manifestaciones feministas de mujeres cada ocho de marzo, las de la gente joven en defensa de un planeta sostenible y las de las personas racializadas estos días son una prueba de ello.
Parafraseando a Ángela Davis, solo cuando finalmente en el mundo las vidas de las negras sean reconocidas como algo que importa -y no haya un mocoso que te diga ¡puta negra!- va a significar que todas las vidas importan. Hija, hijas, aquí dejo escrito que todo lo malo no viene de casas ajenas, de fuera. Ellos tienen las armas y el dinero que nos roban, nosotras tenemos la razón, la emoción y la Vida. Black lives matter! Eskubide guztiak denontzat!
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