Autora: Cristina García de Andoin Martín
Publicada en El Salto (20-feb-2021)
Recuerdo que cuando viajé a Canarias por primera vez como turista visité a una amiga que se desplazó allí en busca de trabajo. Fuimos a cenar al restaurante donde trabajaba un colega suyo del gremio de la hostelería y me sorprendió cuando este se refería al turismo de la península como matao frente al turismo de procedencia alemana que era, sin lugar a dudas, el que más propinas dejaba. Todo ello ante la mirada, supuestamente condescendiente, de alguien que como yo pertenecía obviamente a la clase del turismo matao.
Treinta años de capitalismo neocolonial median entre una anécdota vacacional y los relatos presentes que llegan de las islas sobre manifestaciones contra las personas africanas, abusos policiales en centros de menores que viajan solos y patrullas vecinales que se organizan para atacar e intimidar a quienes se desplazan a las islas en busca de una vida digna desde el cercano continente africano; unas islas administradas por las políticas migratorias y comerciales de los gobiernos español y europeo, como consecuencia de su incorporación mediante una ocupación militar a la Corona de Castilla en el siglo XV.
Tirando del hilo de huesos -como propone Juan Diego Botto en su genial interpretación de Lorca-, que nos mantiene viva la memoria, la identidad y los cuerpos de hoy, recordamos en este caso que la mayoría de las llegadas a las islas en aquellos siglos tuvieron un carácter económico: la captura de esclavos y esclavas para ser vendidas en los mercados europeos, la repoblación con colonos europeos y la explotación económica de sus recursos.
En fiel alianza con el proceso de colonización, el capitalismo originario aceleró su proceso de acumulación de riqueza y concentración de poder desplazándose del norte hacia el sur. Y en esas estamos, acumulando muerte a la historia porque el capitalismo mata, y no mata en balde ni se conforma ya con la propina que deja un planeta al borde del colapso ecológico.
Las islas Canarias nos traen el susurro de la historia de África; es así como funcionan las islas: como los primeros indicios de tierra a la vista, como el laboratorio donde arriban las primeras codicias. La ruta migratoria canaria, como dice Txema Santana de CEAR Canarias, nos está hablando y no la escuchamos. Nos está hablando del deterioro de las condiciones de seguridad de la población civil en Mali, en Guinea y en todo el entorno del Sahel, de la crisis social que vive Marruecos, de la represión policial a la juventud y de los 45 años de ocupación del Sahara.
La ruta migratoria canaria nos está hablando de la incompatibilidad de una vida digna por causas económicas agravadas por la pandemia, un hecho que está azotando a nivel global, con muchas personas sin protección social alguna, y que está provocando desplazamientos. El impacto ha sido especialmente grave en el sector informal, muy extendido en la región y que, por ejemplo, en Senegal, emplea al 80% de trabajadoras y trabajadores mayores de 25 años.
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